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Comunidad y fanatismo

La ópera Norma es una tragedia lírica con una protagonista absoluta que conduce la acción dramática. Norma es una mujer indomable, superior, omnipresente. Ritualmente conectada con el mundo de las divinidades, en tanto que «sacerdotisa» y «vidente», actúa como líder religiosa y política de su propia colectividad, el pueblo galo del siglo I a. de C., en lucha con los romanos. Pero al mismo tiempo toma las decisiones en el marco de su propio drama personal. Un drama que es el de una mujer traicionada por su amante, Pollione, quien, como procónsul romano en las Galias, es el caudillo de los enemigos invasores. Norma es un personaje de gran altura dramática, pasional, impetuoso, que alterna momentos de odio hacia Pollione con un amor persistente y majestuoso: un amor que acaba triunfando aunque sea en la hoguera, donde Norma muere con su amado, que finalmente regresa al amor por ella. No es casualidad que la protagonista de la ópera fuese uno de los personajes preferidos de Maria Callas, quien se identificó con ella, a nivel personal y musical.

En 1831, el 26 de diciembre, día de San Esteban, Norma de Vincenzo Bellini se estrenó en el Teatro alla Scala de Milán. Ese mismo año Giuseppe Mazzini había fundado el movimiento secreto Giovine Italia, que difundía la reunificación de Italia y la constitución de un nuevo Estado, cuyos fundamentos serían la democracia y la república como formas políticas. Mazzini fue el teórico y uno de los máximos dirigentes de la efímera República romana (1849). El argumento de Norma no es ajeno a tales ideas. Bellini, natural de Catania (Sicilia) y formado musicalmente en Nápoles, acaba afincándose en el norte de la península itálica, allí donde les ideas nacionalistas poseían mayor fuerza, en concreto en los territorios pertenecientes al Imperio austro-húngaro (el Milanesado y el Véneto). De forma semejante, en la ópera Norma los romanos son los invasores extranjeros que intentan doblegar al pueblo galo, que lucha contra las ataduras del Imperio romano. La carga emocional de esta confrontación se manifiesta en especial en las intervenciones de los personajes de Norma, sacerdotisa druida, y de su padre Oroveso, jefe de los druidas, y a su vez el máximo dirigente del pueblo galo.

Existen dos momentos en que la colectividad, o sea el pueblo galo, emerge con la fuerza de quien desea expulsar al enemigo de la patria: la escena primera del primer acto con el canto de los druidas («Dell’aura tua profetica») y el cántico bélico en la escena séptima del acto segundo («Guerra, guerra!»). El roble sagrado dedicado a Irminsul en medio del bosque de los druidas, símbolo de la vida y punto de unión entre cielo y tierra, es al mismo tiempo símbolo del odio de los galos hacia los romanos. Es allí donde Norma irá a obtener las ramas de muérdago, en honor a la divinidad, Irminsul, de quien se afirma que corre por los campos celestiales como heraldo del horror («foriera d’orror») y de la masacre que acecha a los romanos. Así  lo proclaman los galos reunidos en el bosque sagrado. Sin embargo, Norma, esta vez no incitará a la guerra contra Roma sino a la paz. El testigo celeste de dicha paz será la Luna, diosa invocada como «casta diva». Desafiando a su propio pueblo, Norma se muestra convencida y convincente de que no es el momento de hacer la guerra a los romanos. Con una admirable fortaleza contra el fanatismo, empujada por un rapto de vidente, se enfrenta a los galos y les recuerda que los romanos son más fuertes que ellos. Roma caerá, sí, en el futuro, pero será «per i vizi suoi». Mientras, Norma solicita a la diosa Luna que extienda por la tierra la paz que ella misma hace reinar en el cielo.

Por otra parte, en la escena séptima del segundo acto retumba un terrible cántico de guerra cuando Norma, ardiente de resentimiento hacia Pollione, sube junto al altar de Irminsul y desde allí espolea a los guerreros galos al exterminio y a la venganza contra los romanos. El fanatismo de un pueblo sediento de violencia, de una colectividad que tan solo piensa en regar con la sangre enemiga las hachas amenazantes, se manifiesta con toda su crueldad. Y Norma, personaje de diferentes contornos, herida por el desamor de Pollione, ahora cambia su discurso de paz por otro de guerra. La contradicción forma parte de la pasión.

En efecto, el nudo mayor que propone la ópera Norma reside en los motivos por los que se rige la acción de los personajes y, en concreto, en el conflicto que desata, en estos, el amor como criterio último de comportamiento. El texto de Felice Romani, inspirado en la obra homónima, si bien modificada, de Alexandre Soumet, constituye una base adecuada para mostrar el estallido de la pasión amorosa a través de un «trío» argumental formado por Norma, Adalgisa y Pollione. El amor romántico, tal como aparece en Norma, es un amor sin mesura ni límites, que va más allá de todo y que se contrapone, a pesar del momento de desfallecimiento, con los sentimientos fanáticos y colectivos de destrucción, venganza y sangre. Se trata de un amor noble y volcánico, que el personaje Norma incorpora, ¡amante de un enemigo, madre de los dos hijos pequeños de este, sacerdotisa y vidente que rompe el voto de virginidad, protectora de la joven sacerdotisa de la que se ha enamorado el hombre a quien ella ama, hija de un padre a quien convencerá de que la perdone y brinde un futuro a sus dos tiernas criaturas junto a los romanos enemigos! Norma es un volcán de sentimientos, que surgen de un corazón extraordinario, y que acaba inmolando su vida de forma coherente, pues asume su comportamiento totalmente entregado a su amado Pollione, sin caer en la tentación de utilizar a la inocente Adalgisa como chivo expiatorio. Norma es un personaje que fascina, ya que representa el paradigma de mujer que ama como amante, madre e hija.

No obstante, junto a Norma, los demás personajes también dan voz al amor, de forma que la ópera se convierte en un canto a la pasión amorosa –el elemento dominante en la noción romántica del amor. A lo largo de toda la obra van perfilándose elementos para  la comprensión de los matices y vaivenes de dicha pasión, que se muestra ejemplificada de distintas formas. En este punto, el personaje con mayores turbulencias es el procónsul romano, el hombre había amado a Norma hasta el punto de darle dos hijos, y que ahora reconoce que el amor hacía ella se ha apagado. No conoce cuáles son los motivos, y por ello culpa a «un dios» sin nombre, que le habría obnubilado la razón y lo empujaría al abismo. Su amor por la nueva amada, Adalgisa, sacerdotisa como Norma, es irresistible. Le ha secuestrado la voluntad y se ve capaz de todo, incluso de entrar en el bosque sagrado del dios galo Irminsul, con el fin de poseer a la virgen. Adalgisa, por su parte, manifiesta a Pollione que romperá el juramento virginal dado a su dios y que le será fiel: «ma fedele a te sarò». La llama de la pasión amorosa es tan poderosa que puede desafiar a los dioses y a los hombres, a los amigos y a los enemigos, puede llevar a olvidar juramentos y compromisos previos, puede incluso llevar a sacrificar la propia vida. Como manifiesta Pollione, «questo amor che mi governa è di te, di me maggiore». De hecho, el procónsul morirá en la hoguera, junto a la mujer amada. La pasión amorosa traspasa cualquier límite. Nada puede detenerla, ni la propia muerte.

Sin embargo, el procónsul no morirá junto a Adalgisa, sino de Norma, la mujer del primer amor, antes rechazada, ahora de nuevo abrazada. Pollione, que había abandonado a Norma, embelesado por la joven Adalgisa, por su belleza, por su inocencia y su candor, se echa atrás y regresa a sus sentimientos primigenios. Hasta el último momento, no obstante, su corazón está henchido por la llama de Adalgisa. La desea raptar y llevársela a Roma cuando es sorprendido y detenido por los galos. Le espera, sin duda, una muerte inexorable. Pero Norma se interpone en el camino de Pollione y convierte la pira en una procesión nupcial con el hombre al que jamás dejó de amar. Viendo que Norma se ha declarado culpable y ha salvado así la vida de Adalgisa, a Pollione se le abren los ojos y reconoce su amor por la «sublime donna»,  pidiéndole perdón. Norma y Pollione se encaminan juntos a la muerte, es decir, al «eterno amor», al amor más puro y más santo. El que se da en la otra vida. La llama del amor es versátil, inconstante, casi juguetona, cuando una pasión amorosa inesperada zarandea el corazón.

Sin embargo, el amor posee otras texturas y profundidades que el personaje Norma recoge de forma profusa y que estallan en la trepidante última escena de la ópera. Por amor, Norma supera la rabia asesina de sentirse traicionada y ahorra a sus hijos con Pollione pagar el precio de la vida. Aunque que quiera anularlo, prevalece su amor de madre: la vida de sus dos criaturas no quedará truncada. Por amor, Norma libera a Adalgisa de su voto de virginidad cuando esta le revela que ama a alguien –Norma aún no sabe que se trata de Pollione. Más tarde  sabrá vencer sus celos de rival traicionada y salvará de la muerte a la inocente Adalgisa. Por amor, aún, Norma salva a Pollione de su venganza de mujer herida en sus más profundos sentimientos y permite que prevalezca la razón del corazón, que no sabe castigar («ma punirlo il cor non sa»),  ya anunciada en la escena cuarta del primer acto. Norma lo remata al final de la ópera proclamando que a ella y a Pollione no les va a separar ni la muerte: «crudel romano, tu sei con me». Los motivos de la invencible pasión amorosa no se dan a conocer y se atribuyen a fuerzas sobrenaturales: un numen, el destino, que permite a los amantes permanecer unidos «in vita e in morte».

El amor de Norma adquiere tonos de gran ternura cuando en la escena final se autoinculpa de forma repetida ante todo el pueblo galo y solicita a su padre Oroveso piedad hacia sus dos hijos engendrados con Pollione y fruto, por tanto, de su infidelidad al voto de sacerdotisa. Así, Norma salva a su padre de un eventual rechazo asesino contra los dos infantes rogándole que llore, que perdone y, con el amor, regresa la sacralidad a las leyes druídicas. Oroveso lo comprende. Perdona y exclama que el amor ha vencido. Esta es la victoria de Norma.

La réplica al amor de Norma, el «contra-amor», es el fanatismo de la colectividad, que no entiende la generosidad de la sacerdotisa y reacciona con una extrema dureza a su liberadora inculpación. Sin pizca de piedad, ajada por un fanatismo sin entrañas, la colectividad se ríe de los llantos y plegarias del apesadumbrado Oroveso y proclama que ahora no es el momento de orar, sino de actuar contra aquella sacerdotisa que ha roto sus votos desposeyéndola de toda dignidad y cubriéndola de vergüenza y miseria. En los compases finales de la ópera el amor y el perdón de algunos (Norma, Oroveso, Pollione) se mezclan con la maldición y el deseo de sangre de una colectividad dominada por la violencia, que solo entiende el lenguaje de una purificación sacra alcanzada con la muerte de los transgresores. Y a pesar de todo, el anciano Oroveso exclama entre lágrimas: «Ha vinto amore», ¡el amor ha vencido! Este es el mensaje final y perenne de la ópera de Bellini.