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La ópera del siglo XX comienza con dos títulos extraordinarios, Pelléas et Mélisande, de Claude Debussy, y Salome, de Richard Strauss. En estas dos piezas comenzó a aflorar un estilo nuevo de canto y de composición –voces que estaban más cerca de hablar que de cantar, armonías atonales–, pero también es necesario apuntar que tanto Debussy como Strauss aún mantenían vínculos estrechos con la tradición del siglo XIX, como el lenguaje de la ópera de Wagner o la corriente estética del simbolismo. Wozzeck, en cambio, es puro siglo XX, un paso firme y sin mirar atrás hacia un lenguaje completamente nuevo: Berg, que en el momento de empezar a componer su ópera ya estaba asentado como un miembro central de la Segunda Escuela de Viena, articulada alrededor de Schönberg, sólo tomó del siglo anterior la obra de partida para el libreto, el drama de Georg Büchner, y su espíritu de denuncia, que seguía manteniéndose vivo en los años 20, durante la República de Weimar en Alemania, tras el horror de la Primera Guerra Mundial y la consolidación de movimientos de emancipación de la clase obrera.

Wozzeck es la historia de un soldado que enloquece tras un largo proceso de alienación: maltratado por sus superiores en el escalafón militar, mal visto por la sociedad conservadora por haber tenido un hijo fuera del matrimonio con una mujer de mala reputación, tomado como un pobre diablo al que se le puede engañar y humillar sin límite, Wozzeck enloquece progresivamente y termina perdiendo, por fuerzas ajenas a su propia capacidad de control, lo que más quiere: a su hijo y a su mujer, Marie, a la que termina asesinando tras un ataque de celos después de conocer que le ha sido infiel con un compañero de la banda militar del ejército, el Tambor Mayor. En el contexto de su época, Wozzeck se posicionaba en el pensamiento de izquierdas: era una denuncia de los abusos del poder hacia el proletariado, y una llamada de atención sobre las fuerzas sociales que enajenaban a los individuos más frágiles, una lectura que en pleno siglo XXI sigue siendo perfectamente aplicable.

En todo caso, la intención revolucionaria de Berg no se manifestaba únicamente en el argumento de la obra, sino en el tratamiento musical. En lo estilístico, Wozzeck es una ópera expresionista, que toma el relevo de la etapa experimental de Strauss –Salome, Elektra– y afila aún más la atonalidad chirriante tras el trauma de la Gran Guerra, pero a la vez anticipa la aventura armónica que estaba a punto de materializarse con el dodecafonismo inventado por Schönberg, y que Berg pondría en práctica en su segunda ópera, Lulu. El dodecafonismo estaba muy levemente apuntado en Wozzeck, lo que ha hecho que, con el paso del tiempo, sea una ópera todavía fácil de escuchar –sin obviar su evidente complejidad– porque, aunque tiene un afán transformador, aún mantenía varios anclajes con la tradición.

En las décadas de los 10 y 20 afloró una corriente modernista, el neoclasicismo, que buscaba rescatar formas musicales del pasado remoto y revisarlas con una intención renovadora, y de ahí surgieron piezas como Der Rosenkavalier, de Strauss, o el ballet Pulcinella, de Stravinski, que remitían a Mozart y a Pergolesi, respectivamente. El primer acto de Wozzeck, por ejemplo, está compuesto a partir de tempos de danzas barrocas y Berg incluso recupera la forma de la suite, mientras que el segundo acto está estructurado como una sinfonía romántica en cinco movimientos. El tercer acto, en cambio, Berg lo articuló a partir de juegos armónicos –invenciones sobre un tema, una nota o un ritmo– que tensaban los límites estéticos de su tiempo hasta un punto de ruptura. Es esta confluencia de audacias –la manera de cantar hablada, sin espacio para arias o florituras; la crueldad del argumento, la búsqueda de nuevas posibilidades en la composición, la orquestación en perfecto equilibrio entre lo irritante y lo bello– lo que hace de Wozzeck un prodigio único que resiste con firmeza el paso del tiempo: una ópera difícil hasta que no se resuelven sus claves, pero que una vez se logra descodificar, irrumpe gloriosamente como un triunfo de la imaginación.