Sobre la obra

Pura pasión: las melodías más bellas al servicio del drama más efectivo

Cuando Norma se presentó en las navidades de 1831 en el Teatro alla Scala de Milán, Vincenzo Bellini era el compositor de ópera más popular de Italia, tras la retirada de Rossini dos años antes. Joven y arrogante, Bellini venía encadenando éxitos desde el estreno de Il pirata (1827), y Norma no fue una excepción: aunque la primera puesta en escena terminó siendo accidentada, por culpa de una claque maliciosa que un compositor rival había dispuesto para sabotear el estreno, a partir de la segunda noche comenzó el recorrido triunfal de esta obra ambientada en los tiempos de las conquistas de Julio César, y que ya acumula prácticamente dos siglos de prestigio.

El secreto de Norma está en dos aspectos que se retroalimentan. Bellini, que era el compositor de melodías más exquisito del bel canto, estaba tocado por los dioses y aquí dio con, al menos, dos números infalibles que han pasado al repertorio como cumbres del lirismo vocal: la primera escena de Norma, en la que canta su plegaria Casta diva, y el dueto entre las dos sacerdotisas, Norma y Adalgisa, al principio del segundo acto. El segundo aspecto importante estaba en la elección de la historia por parte de Bellini, una tragedia armada sobre un triángulo amoroso alimentado por los celos, la traición y la venganza que le daba pie a ofrecer una tragedia perfecta. Norma trata sobre el conflicto interno de un pueblo invadido por una potencia militar superior –las tribus de la Galia contra la Roma en expansión–, y también sobre las pasiones amorosas de sus respectivos líderes.

Norma, la druida principal de la comunidad gala, está enamorada en secreto del líder romano Pollione, con el que ha tenido dos hijos en secreto. Es ese afecto lo que le impide contraatacar al invasor, lo que pone a su pueblo en peligro. En paralelo, Pollione se ha enamorado de otra sacerdotisa, Adalgisa, y planea huir con ella a Roma. Cuando Norma descubre la traición, su primera reacción pasa por ordenar la muerte de sus dos hijos, aunque finalmente recapacita y se niega a seguir adelante con esa atrocidad. Mientras tanto, el pueblo galo decide actuar ante la pasividad de su líder, y captura a Pollione cuando éste intenta ir en busca de Adalgisa. La ópera se resuelve con un sacrificio: para comenzar la guerra, los galos necesitan inmolar a una víctima humana, que será Pollione. Norma, dividida entre el amor a su pueblo y a su hombre, decidirá subir a la hoguera con él, tras haber confesado a su padre, Oroveso, que es madre de dos hijos que en adelante serán criados por Adalgisa. Resuelto el dilema, los dos amantes suben a la pira para morir.

Bellini era un compositor meticuloso que elegía muy bien sus historias, y en Norma volvió a trabajar con su libretista de confianza, Romano Felice, que adaptó con su estilo delicado habitual una obra de teatro que por entonces gozaba de gran éxito en París, Norma, ou l’infanticide, del dramaturgo Alexandre Soumet, claramente inspirada en la tragedia griega de Eurípides, Medea. Felice tuvo la habilidad de reducir los cinco actos del texto original a una trama mucho más simple donde toda la tensión recaía en la relación triangular entre Norma, Adalgisa y Pollione; de hecho, la idea del infanticidio es circunstancial en la ópera, que tiene como hecho más luctuoso el sacrificio en la hoguera. Así, con los ingredientes justos y bien medidos, Norma lo tuvo fácil para arrasar durante toda la temporada de 1832 y las siguientes, gracias a sus pasiones desbordadas y sus melodías incandescentes. Curiosamente, quien no siguió su carrera triunfal fue Bellini, que después de Norma estrenó una ópera menor, Beatrice di Tenda, y que tras recuperar su prestigio con I puritani, falleció prematuramente en 1835, a los 33 años.