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Hacia 1850, Verdi estaba escalando rápidamente hacia la cumbre de su carrera, pero aún no era el compositor de ópera más grande de su tiempo. Sí un compositor aclamado, querido, tarareado en las tabernas y en las calles, pero también el responsable de varios fracasos iniciales entre los críticos y la taquilla, como Luisa Miller o Stiffelio, que le hacían dudar sobre sus métodos de creación. Poco a poco, Verdi iba madurando su idea de una ópera equiparable en profundidad y trascendencia al teatro clásico, y buscaba sus temas en los grandes dramaturgos: había acudido a Schiller, pero su obsesión mayor era Shakespeare, a quien había versionado en Macbeth, y a quien volvió a dirigir su mirada con un plan ambicioso: adaptar El rey Lear a la ópera italiana. El proyecto no maduró, pero fue esa frustración la que permitió el desarrollo completo de Rigoletto, al que llegó gracias al libretista Francesco Maria Piave, que estaba adaptando Le roi s’amuse, de Victor Hugo, uno de los dramaturgos más aplaudidos de la Europa anterior a las revoluciones de 1848, y a quien Verdi ya conocía tras haber compuesto Ernani.

Lo que le atrajo a la dupla Verdi-Piave de la obra de Hugo fue el fuerte mensaje anti-absolutista, una denuncia del poder arbitrario que aplasta a los desfavorecidos y al pueblo llano. A Verdi le interesó sobre todo la figura del bufón de la corte: un tullido sin fuerza ni autoridad que, humillado por el rey, decide jurar venganza sin darse cuenta de que no tiene nada que hacer contra el aparato hipertrofiado del poder. De ahí que Rigoletto sea una figura inusual en la ópera de su tiempo, pues no es ni un villano ni un héroe, sino un anti-héroe de gran hondura moral, al que el público ha dirigido simpatía y admiración durante un siglo y medio, pero que siempre choca contra el mismo muro, el de la impotencia y el ridículo: nada puede hacer contra los que le humillan, y su fracaso se traduce en uno de los finales más patéticos –y por ello admirables– de la historia de la ópera. Rigoletto es el origen de muchos justicieros locos y generalmente absurdos del cine y la literatura: un Joker sin maldad, sin locura, sólo un hombre limitado que sufre el desamparo del resto de la sociedad y que por ello jura destruirlo todo.

El argumento se resume en varias ideas centrales. Rigoletto es el bufón del Duque de Mantua –un personaje que no aparece en la obra de Victor Hugo, que dirigía sus invectivas contra la monarquía absolutista, que había sido restaurada en Francia tras la derrota de Napoleón–, y más que hacer reír, es el objeto de burla de toda la corte. A la vez, Rigoletto guarda un secreto que finalmente es descubierto: vive en su casa con una joven, que el Duque cree ser su amante, pero que es su hija. El Duque quiere seducir a la muchacha, Gilda, y así lo hace, haciéndose pasar por un estudiante. Gilda es raptada y violada, Rigoletto consigue liberarla, y jura venganza. Pero su peor enemigo está en la familia: Gilda, incapaz de reconocer el abuso al que ha sido sometida, aún sigue enamorada del Duque. En el acto final, Rigoletto es incapaz de culminar su obsesión: en vez de apuñalar al noble, mata por error a su hija al borde de un río. No es ningún misterio que la ópera, musicalmente madura, repleta de melodías memorables, y organizada a partir de un tema tan rico, se haya convertido en un clásico inmortal, pues habla de una constante de la naturaleza humana: el heroísmo es una excepción, y nuestra condición natural es la del quijotismo, enfrentarnos estérilmente contra obstáculos que no podemos vencer.