Sobre la obra

Una celebración de la vida (pese a todo)

Como suele ocurrir en las óperas, la historia acaba mal y Mimì, la joven costurera a la que Rodolfo ama, muere de tuberculosis. El desenlace de La bohème es triste porque la vida es dura, y así nos la quiere mostrar Puccini: no existe una justicia divina que corrija la crueldad del mundo real, y menos en los márgenes pobres de los suburbios de París. Y aun así, La bohème es un intensa celebración de la juventud y de la alegría, una obra en defensa del tópico medieval del carpe diem: mientras estemos aquí, hay instantes de felicidad, placeres y amores que hay que vivir hasta el último momento, con la máxima intensidad.

Puccini compuso La bohème a sus 38 años; ya no era joven, pero recordaba cómo era serlo. Ser joven, y sentirse joven, consiste en creerse inmortal, en buscar la belleza, enamorarse y vivir cada día hasta exprimirlo. Casi siempre la realidad se cuela en la fiesta de la juventud y sentimos el golpe –una decepción, un rechazo, un impago, un abandono de la musa–, y a veces ese golpe te lo arrebata todo sin previo aviso. Pero mientras ese momento no llega, hay que dejarse llevar, disfrutar del día. Uno de los secretos de La bohème, uno de los aspectos que cautivan al público con el paso del tiempo, es que mantiene puro ese aliento juvenil que en el transcurso vital vamos dejando atrás, pero que nos gustaría recuperar: es una ópera no solo musicalmente apasionante, sino también un puerto seguro donde refugiarnos unas horas cuando arrecian las tormentas de la vida adulta y la cercanía del fin.

Puccini llegó a La bohème después del éxito de Manon Lescaut, y fue la ópera que marcó definitivamente su rumbo hacia el éxito mundial. Pudo no haberlo sido –Leoncavallo estrenó por las mismas fechas su versión de la misma historia, con un libreto aún más fiel al texto original de Murger, y a la crítica de su tiempo le pareció una ópera más lograda, pero el público se puso del lado de Puccini, y desde entonces, para millones de espectadores, no ha habido amor más triste, laminado por los celos y la enfermedad, que el de estos Rodolfo y Mimì. Es el mismo amor trágico que separa a otras heroínas de Puccini –Tosca, Madama Butterfly, Liù– y que aquí apareció, para fortuna de Puccini, en su expresión más pura, perfecta y vital. El secreto de La bohème es que nos cautiva porque la historia de sus personajes es, también, nuestra propia historia, somos un reflejo de esas pasiones y de esas pérdidas.