Imagen

La historia de Alexina B. plantea un doble conflicto: por un lado, está el drama interior de Alexina/Abel, persona intersexual incapaz de comprender lo que le pasa, y, por el otro, la indiferencia de una sociedad, la francesa de mediados del siglo XIX, que malinterpreta su condición y no encuentra soluciones para mitigar su dolor. Esta doble circunstancia es la que articula el concepto escénico propuesto por Marta Pazos, en el que se alternarán 22 escenas repartidas en tres actos que combinan episodios de la vida de Alexina con una exploración de sus emociones: se trata de un ir y venir entre el progreso argumental y la reflexión subjetiva, entre la historia —fría, a veces cruel— y las emociones confusas y desordenadas del personaje principal. Sobre el escenario, por tanto, se superpondrán dos espacios casi siempre simultáneos, una acción dentro de otra acción, una burbuja íntima en la que Alexina podrá alejarse de la prisión que le supone el mundo real, el de una sociedad que le observa con perplejidad sin comprender su diferencia. Por ejemplo, la ópera empieza con una imagen feliz de la vida de Alexina, jugando de niña con sus compañeras de internado: en ese momento, cuando aún no ha entrado en la pubertad, vive en un espacio emocional que no le plantea conflictos. Pero inmediatamente sabremos que, varios años después, se ha suicidado: el médico forense que levanta su cadáver identifica a Abel como un “hermafrodita” y celebra su suerte al poder examinar un caso tan singular. ¿Qué ha pasado entre tanto? 

El desarrollo argumental de la ópera cuenta la historia de Alexina, quien, al empezar a trabajar como institutriz, se siente atraída por una compañera: Sara, hija de Madame P., la directora del internado. La primera noche de amor con Sara supone una metamorfosis para Alexina, quien empezará a referirse a sí misma en términos masculinos. Tras entender y aceptar su identidad, iniciará un viaje para reivindicarse como hombre. Pasará diferentes exámenes médicos, confesiones religiosas y judiciales hasta conseguir constar como varón en el registro civil, en el que adoptará el nombre de Abel Barbin. Pero ese cambio no le traerá felicidad. Siéndole imposible volver al internado, donde la entrada solo estaba permitida a las mujeres, e incapaz de adaptarse a su nueva vida en París, Abel terminará por suicidarse en 1868. 

El lenguaje visual de la producción, en definitiva, se desarrolla en clave poética, combinando lo real con lo simbólico.       

La historia de Alexina B. sucedió en el siglo XIX, y tanto el libreto como la música o la producción remiten parcialmente a ese mundo: García-Tomás ha creado una partitura en la que confluyen varios tipos de lenguaje tanto actuales como del pasado (con citas a la música de Franz Liszt e Hildegarda de Bingen). El vestuario, diseñado por Silvia Delagneau, juega con las tensiones entre el sistema y el individuo; la escenografía, de Max Glaenzel, parte de una abstracción de la arquitectura institucional que se transforma a través de la maquinaria, la videoproyección (creada por García-Tomás) y los telones pintados. Todo ello acompañado por la iluminación de Nuno Meira, que transforma y rompe el espacio, potenciando y jugando con el color central de la producción: un verde liquen que se aferra y cuela por todos los rincones.  

El proyecto artístico de Alexina B. es, en definitiva, un inteligente diálogo entre la ópera del pasado y la del futuro a partir de un tema novedoso en la ópera contemporánea, y que confirma la fuerza creadora del trío formado por Gayraud, Pazos y García-Tomás. Cabe destacar que Pazos y García-Tomás colaboran de nuevo en una obra de nueva creación tras la experiencia de Je suis narcissiste (2018), una actualización del género cómico estrenada en Madrid y que pasó por el Teatre Lliure de Barcelona. Alexina B. es una pieza diferente y, sin embargo, mucho más ambiciosa: si esa ópera bufa derrochaba colores vivos, esta es un drama próximo en espíritu a la Pelléas et Mélisande de Claude Debussy —también dividida en escenas con fuerte carga simbólica— que pretende dar a conocer la historia de una persona cuyo destino singular merece ser conocido.