Sobre la obra

El fracaso glorioso de Bizet: sangre y locura en una España exótica

Georges Bizet llegó a Carmen a propuesta de los libretistas, Meilhac y Halévy, que buscaban a un compositor joven y hábil para trasladar a la ópera una historia original de Prosper Mérimée ambientada en una España violenta, salvaje y taurina. Aunque fracasó en su estreno en 1875, un año después la obra había comenzado a ser celebrada como una genialidad.

El origen de la historia de Carmen se encuentra en una novela de 1845 escrita por Prosper Mérimée, el hijo de una rica familia de París que visitó España en los años 30 del siglo XIX, cuando era joven y le atraía la aventura. Mérimée recorría Andalucía con María Manuela Kirkpatrick, duquesa de Montijo y madre de Eugenia, futura emperatriz de Francia, cuando supo de una historia bárbara que aparentemente sucedió en aquellas tierras agrestes: un bandolero celoso había asesinado a una gitana temperamental en un arranque de celos, y por ello había sido arrestado y posteriormente ejecutado. Sucesos como aquel deberían darse a menudo, pero a Mérimée le causó tal impacto que varios años después lo transformó en una novela que, en gran medida, condicionó la mirada francesa sobre España en el siglo XIX, representada como una tierra sin ley, cruel y primitiva, en la que rituales de lucha como la tauromaquia marcaban el pulso de una nación más cerca de la barbarie que de la civilización.

Esta mirada exótica hacia el exterior era habitual en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX, en parte debida a la fascinante exploración de oriente que se estaba dando en aquel tiempo. Novelas como Salambó, de Flaubert, y óperas como Thaïs, de Massenet, buscaban inspiración en el antiguo Egipto, y el propio Georges Bizet, antes de componer Carmen, ya había tratado el tema exótico en piezas como Les pêcheurs de perles –ambientada en Ceilán– o La jolie fille de Perth, que se localiza en una Escocia medieval, tan fantasiosa como la Andalucía taurina de Mérimée. A Bizet le llegó el encargo de Carmen a través de los libretistas Henri Melhiac y Ludovic Halévy, que habían encontrando en la novela una historia de partida sólida y con posibilidades, y tras conseguir el interés de la Opéra Comique, necesitaban un compositor eficiente para llevar a cabo la tarea. Bizet era por entonces joven –tenía 34 años en 1872, cuando el proyecto comenzó a dar sus primeros pasos–, pero su carrera estaba entrando en una fase ascendente. Bizet hubiera preferido un encargo para la Grand Opéra, el teatro en el que cualquier compositor deseaba triunfar en París, pero Carmen le permitía muchas posibilidades que aprovechó generosamente. El libreto había transformado la historia, convirtiéndola en una celebración de la libertad individual y la emancipación femenina de la gitana protagonista, malograda por los celos monstruosos de Don José, que la asesina al final del cuarto acto–, y esa mezcla de emociones permitió a Bizet combinar lo frenético con lo majestuoso.

La historia es sencilla: Don José, un general de brigada del ejército español, cae embrujado por Carmen, una gitana temperamental cuyo gran don es hacer perder la cabeza a los hombres. Por ella, Don José renunciará a todo –familia, honor, salud– sin obtener nada más que desprecio y el abandono posterior: Carmen preferirá a Escamillo, un torero de éxito, y dejará a Don José solo y en la miseria. Su reacción visceral será la venganza por celos, y asesinará a Carmen en Sevilla, a las puertas de una plaza de toros. Bizet construyó su partitura con ritmos de aire folklórico español –los más eminentes son la seguidilla y la habanera, que conocía gracias a libros de música, pues nunca visitó España–, varias arias líricas de enorme pasión, herederas de las de maestros como Gounod, y un motivo recurrente, lento y oscuro, que anticipa la muerte de Carmen. La imaginación de Bizet fue en esta ocasión desbordante: en sus cerca de tres horas, la ópera no baja ni el ritmo ni el nivel, no le sobra nada. Ahora bien, el primer público en París, en su estreno de 1875, no lo percibió así, y Carmen fue recibida inicialmente con frialdad: no fue hasta su paso por Viena, un año más tarde, cuando comenzó a admirarse como la obra maestra que es. Un éxito que Bizet no pudo disfrutar, pues falleció –de un ataque al corazón mezclado con, cuenta la leyenda, la tristeza por su fracaso inicial– tres meses después del estreno. Nos consuela que la posteridad, al menos, sí haya sido justa con él.