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Las mujeres fuertes de la historia fabulada

Carmen alimentó unas innovaciones en el género operístico en general, que iba a ganar tanta celebridad como notoriedad, primero en Italia y luego en el resto del mundo.

Cuando se estrenó Carmen en el Théâtre de l’Opéra Comique de París, el 3 de marzo de 1875, poco imaginaba su autor, Georges Bizet, que solo tres meses más tarde, a la edad de treinta y seis años, fallecería de un ataque al corazón, cuando todavía seguía representándose su obra en el escenario. Se comentó en su momento, aunque solo como aleatoria especulación, que fue la ansiedad y la angustia del autor por la respuesta del público a su ópera lo que provocó su colapso físico, ya que Carmen recibió unas valoraciones muy negativas, tanto por los comentaristas musicales, como por los espectadores en general. Parece ser que un pequeño público burgués, muy fiel a las convenciones tradicionales, típicas del Théâtre de l’Opéra-Comique (libretos ligeros, afables y con diálogos hablados), acogió mal el alejamiento de Bizet de la tradición, considerando no solo de mal gusto el realismo del tema, sino también la separación, en cuanto a la estructura, de lo que era una ópera cómica en oposición a las obras heroicas, lujosas, declamatorias, propias del Théâtre du Grand Opéra, una separación que había permanecido estática a lo largo de medio siglo. La obra estuvo a punto de ser retirada después de la cuarta o quinta representación e incluso el teatro tuvo que recurrir al regalo de entradas para incrementar la audiencia. Se comprende en estas circunstancias el estado de ánimo del compositor. Irónica y lamentablemente, no pudo saber que, meses más tarde, su obra obtendría un gran éxito en la Wiener Staatsoper, que la acogió con grandes elogios, y que a partir de aquel momento Carmen iniciaría el camino hacia su gran popularidad, que la llevaría a ser representada en todos los grandes teatros del mundo. El Liceu la escenificó el 2 de agosto de 1881, siendo su protagonista la soprano Célestine Galli-Marié, quien escribiría a la viuda del compositor para decirle que su “representación en Barcelona había sido un gran éxito”. Esta última ópera de Bizet no solo transformó el género de la ópera cómica, que había permanecido estancado durante tantos años, sino que literalmente le puso fin. En unos pocos años desapareció la tradicional distinción entre un tipo y otro de representación lírica. Más aún, Carmen alimentó unas innovaciones en el género operístico en general, que iba a ganar tanta celebridad como notoriedad, primero en Italia y luego en el resto del mundo.

En cuanto al personaje, Carmen, una mujer libre, provocativa y empoderada, simboliza la primera femme fatale de la escena operística, un Don Juan femenino que inició la posterior aparición de otras poderosas y potentes imágenes de mujeres como Dalila de Samson et Dalila, de Saint-Saëns, estrenada en Weimar en 1877; Salome de Richard Strauss, estrenada en Viena en 1905 (prohibida hasta 1918); o Lulu de Alban Berg, representada en Zúrich en 1937.

Todos los personajes masculinos de estas tres óperas, sucumben y fallecen como consecuencia de su relación con la mujer que el destino ha puesto en su camino. Se trata de figuras femeninas que representan el arquetipo de Eva, como símbolo del mal, en oposición a la imagen de Ave, la mujer honesta, esposa y madre fiel. Una dualidad muy corriente a partir del último cuarto de siglo xix, época en que surgieron los movimientos de liberación de la mujer, en su lucha por independizarse de la opresión del patriarcado, conseguir un rol en una sociedad dominada por el varón e iniciar el camino de su libertad.

Respecto a Dalila, junto al poderoso Sansón bíblico de la ópera de Saint-Saëns, desde el Renacimiento ha sido un personaje muy representado en la historia fabulada en las artes plásticas, tal vez porque en la leyenda del Nuevo Testamento (véase el capítulo 16 del Libro de los Jueces) se fundan los temas de perversidad y erotismo tan atractivos siempre para el arte. Si bien es llamativa la famosa y potente composición que pintó Rubens, la que realizó el alemán Max Liebermann en 1901-1902, y cuya imagen adjuntamos, corresponde más al espíritu de la época e ilustra perfectamente la rebelión de las feministas de aquellos años. En la imagen vemos a una moderna Dalila mostrando triunfante la cabellera de Sansón, a quien humilla aún más, si cabe, hundiendo con su mano la cabeza del sometido nazaero.

 

Respecto a la ópera de un solo acto Salome, Richard Strauss la compuso basándose en un texto de Oscar Wilde escrito en francés y que el compositor tradujo al alemán. A pesar de la aproximación lasciva y perversa (incluida la ficticia danza de los siete velos) de Wilde al tema, Strauss, en su libreto para la escena, la siguió fielmente, por lo que la obra hallaría en muchísimas ocasiones prohibiciones y censuras en los teatros que quisieron representarla. Cabe destacar, sobre todo, la escena final en la que Salomé declara su amor a la cabeza cercenada de San Juan servida en una bandeja.

Es interesante observar el gran número de representaciones que, en todos los ámbitos del arte (pintura, literatura, música…), se realizaron en el último tercio del siglo xix de “perversas” féminas ejecutadas por creadores masculinos, ofreciendo una visión crítica y negativa del sexo femenino, utilizando para ello tanto imágenes ficticias como de mujeres de la historia o la leyenda; en realidad, una velada forma de sancionar a la mujer contemporánea que se rebelaba por querer acabar con el orden patriarcal establecido durante siglos. Precisamente, don Ramón del Valle Inclán escribiría sobre ellas en un conocido pasaje de su novela La cara de Dios: “La mujer fatal es la que se ve una vez y se recuerda siempre. Esas mujeres son desastres de los cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que se matan por ellas, otros que se extravían…”.

Se diría que Valle Inclán estaba pensando en Don José y en la seductora y provocativa gitana de Bizet cuando escribió estas palabras. Carmen convierte a su devoto enamorado en un criminal y a ella, en la víctima propiciatoria.

Erika Bornay

Profesora de historia del arte y escritora