Sobre la producción

Un violento drama doméstico en el corazón de la pequeña burguesía europea

Uno de los aspectos relevantes de la producción de Calixto Bieito es la dramaturgia: los cantantes representan emociones viscerales que exigen un trabajo actoral preciso.

Orgia es una mezcla entre problemas personales y compartidos: por un lado, están los dos personajes principales, el Hombre y la Mujer, víctimas ambos de una sociedad que les ha alienado de tal modo que la única salida que ven ante sus problemas individuales es el suicidio, pero también hay un conflicto mucho más traumático y de más amplio alcance, que es su matrimonio disfuncional, una relación gravemente viciada. En gran medida, además de una tragedia sobre el espíritu en el siglo XX, Orgia también es un drama doméstico: trata sobre una pareja que ha terminado por aborrecer su vida en común, que no tienen nada que decirse –si es que alguna vez tuvieron algo en común–, y que han llegado al punto en que sólo saben comunicarse por medio de la violencia en una relación sadomasoquista altamente tóxica. Por tanto, el horror de la historia está encerrado entre las paredes de su casa: un piso modesto, de clase media, que quiere ser una metáfora de la condición pequeño-burguesa como una prisión, o un infierno.

La producción creada por Calixto Bieito es extremadamente fiel a la obra de teatro de Pasolini. El libreto respeta la práctica integridad del texto –Bieito, que se encarga de la adaptación, sólo ha cortado algunas líneas redundantes o innecesarias para agilizar la acción sin perder ningún sentido profundo del mensaje del autor–, y eso significa que la acción se desarrolla por completo en la casa de este matrimonio en pleno proceso de descomposición. La escenografía presenta, por tanto, un piso modesto y confortable con una decoración típica de los años 60 y donde todas las habitaciones están a la vista: el recibidor, el salón, el dormitorio. Gracias a esa familiaridad con el entorno –podría ser el piso de cualquier espectador– y la concentración del espacio, Orgia consigue verse como una pieza turbia, pues todo lo que ocurre –las confesiones duras de los personajes, y sus actos abyectos– se producen en un lugar delimitado, hasta el punto de convertirse en opresivo. La música de Parra, visceral y disonante, sirve para aumentar hasta el límite la sensación de pesadilla.

Uno de los mensajes de la obra es que la sociedad capitalista convierte a las personas en conformistas, en simples consumidores, y termina por anular su iniciativa y su sentido crítico. El personaje del Hombre termina por admitir que es homosexual, asume que esta sociedad nunca le dejará salir del armario y mostrarse como diferente ante el resto: de ahí su malestar y su lugar incómodo en el matrimonio, pues lo utiliza como una fachada para proyectar una imagen correcta de marido ejemplar, de pequeño burgués sin ninguna aspiración. La Mujer, por su parte, localiza su malestar en la descomposición de su alma: añora un tiempo pasado más tranquilo, menos acelerado, donde cada paso en la vida tenía su sentido, a la vez que se encuentra atrapada en un matrimonio con un hombre al que no ama y con unos hijos que no ha deseado. A la vez, están rodeados de cosas superfluas: ropas corrientes, electrodomésticos, una decoración estándar. Esta obra podría haberse desarrollado en un entorno vacío, pero realmente Orgia necesita también de esa decoración ramplona, pues forma parte de la degradación vital de los personajes abandonados a su suerte en un mundo que valora la apariencia, pero no la profundidad, y que premia el pertenecer a la masa a la vez que penaliza cualquier intento de salirse de la norma.

Uno de los aspectos más cuidados por Calixto Bieito es la dramaturgia. Es conocida su atracción por lo escabroso y lo violento, algo de lo que Orgia va sobrada, pero ningún gesto agresivo es gratuito en esta obra. Los cantantes deben ser creíbles en todas sus confesiones y disputas, debe parecer que van muy en serio cuando amenazan con golpear o aceptar recibir un daño físico. En definitiva, todo lo que sucede en el escenario debe ser fiel a la idea de Pasolini de criticar la corrupción moral de la sociedad contemporánea a través de la representación del comportamiento más cruel y la búsqueda de la catarsis. Una sociedad que podría ser cualquiera: Pasolini no precisó ninguna ciudad ni ningún tiempo concreto en su obra, aunque se intuye que estamos en Roma a mediados de la década de los 60, y sin embargo esta situación podría darse en cualquier otro lugar y momento de la evolución del Occidente contemporáneo. Podría ser la casa y el tiempo de cada uno de nosotros.

En cierta manera, Orgia es un precedente de la película Salò o los 120 días de Sodoma, una de las obras más polémicas de Pasolini, a la vez que la que encarna mejor su denuncia de la sociedad de consumo como una forma encubierta de fascismo, pues encuentra su poder en la sumisión de la masa a un pensamiento único. Aquí están los mismos temas y la misma manera de presentarlos: envueltos en una agresividad que bordea lo intolerable y lo macabro, donde la muerte se presenta sin ningún tipo de disimulo, para provocar una reacción en el público –de incomodidad, lógicamente– que sea el punto de partida para una reflexión profunda sobre si realmente nos sentimos libres y somos felices en el mundo en el que estamos. Todo eso no puede lograrse sin una dramaturgia precisa, y es lo que Calixto Bieito consigue.