Sobre la obra

Explosión romántica: sobre las pasiones y sus consecuencias

De entre todos los sentimientos que nutren Eugene Onegin, el más importante para Christof Loy es la sensación de desesperación del personaje principal cuando se descubre solo y abandonado. Su producción explora el abismo de la soledad con una escenografía minimalista que deja espacio para que afloren las sensaciones más profundas.

A lo largo de su carrera, Chaikovski acudió en tres ocasiones a textos de Aleksandr Pushkin para desarrollar sus óperas: Eugene Onegin fue la primera; más tarde llegarían Mazeppa (1884) y La dama de picas (1890), y así quedó fortalecida para siempre la estrecha relación entre dos de las grandes figuras del Romanticismo ruso, el fundador de toda la corriente literaria moderna —a partir de Pushkin emergen los grandes novelistas del siglo xix: no se entienden Tolstói o Dostoyevski sin él— y el compositor más reconocido de su generación. Para Chaikovski, el acercamiento a Pushkin fue tardío y accidental —la cantante Yelizaveta Lavróvskaya fue la primera persona que le indicó que una ópera sobre Onegin podría ser una buena idea—, pero una vez se consolidó ese camino, se convirtió en una fuente recurrente para su trabajo.

¿Qué le atrajo? Eugenio Oneguin (1831) era una novela extraordinariamente conocida, y a Chaikovski le pareció que era una elección quizá demasiado obvia. Pero, a la vez, sus personajes son de una profundidad humana incontestable, aportan material de primera clase para una ópera exaltada que busque aventurarse en los rincones profundos del alma. La historia, de manera resumida, pasa por la relación en el tiempo entre Onegin, un joven dandi urbanita y con un punto arrogante e individualista, y una joven de campo, Tatiana Larin, y su accidentada atracción mutua. Al principio de la ópera, Onegin acude junto a su amigo Lenski a la casa de la familia Larin, unos terratenientes modestos de los que Lenski es vecino. Lenski, de hecho, está enamorado de Olga, la hija menor, una joven muy distinta a su hermana Tatiana, que vive absorta leyendo libros. Cuando aparece Onegin, la solitaria Tatiana se siente atraída por ese joven de porte confiado, ve en él un héroe idílico como los de las novelas que lee. En un arrebato de pasión, le escribe una carta y le confiesa su amor, pero Onegin responde con un rechazo: le asegura que no está hecho para una relación en ese momento de su vida, y ofende a Tatiana, a quien observa como una joven inexperta y campesina, flirteando con Olga a la vista de su pretendiente, Lenski. Lenski observa en la actitud de Onegin un desprecio a su amistad y le reta a un duelo para recuperar su honor.

En este momento, Onegin comprende que ha cruzado una línea de no retorno: ha despreciado a Tatiana (ha rechazado un amor real y una vida futura feliz) y ha ofendido a su amigo. El duelo se celebra y Onegin mata a Lenski de un disparo: el personaje no solo deberá cargar con el remordimiento, sino que se da cuenta de que está entrando en una fase de soledad de la que ya no podrá salir. Años después, en una fiesta, Onegin se encuentra de nuevo con Tatiana: ella ha madurado, se ha convertido en una mujer culta y elegante, y ha encontrado en el Príncipe Gremin un buen esposo. Onegin se da cuenta de lo que ha perdido por culpa de su arrogancia y su esnobismo, y ruega a Tatiana una oportunidad para recuperar su amor. Pero ya es tarde, sus caminos hace tiempo que se separaron, y ya no hay vuelta atrás: Onegin se quedará solo para siempre.

Chaikovski comprendía que esta era una historia de gran densidad emocional, y no quiso componer una ópera grandiosa, sino algo más recogido e íntimo. Había acumulado experiencia en el ballet y en la música orquestal, pero todavía no había madurado como compositor de ópera: Onegin fue su primer intento en serio en el género, el primer título que terminó y estrenó, pero planteó la obra como una pieza de cámara sin ambición ni grandiosidad. La estrenó en 1879, en el Teatro Mali del Conservatorio de Moscú, con un elenco amateur formado por jóvenes estudiantes, pero la potencia emocional de la partitura era difícil de esconder, y finalmente terminó pasando a los grandes teatros: dos años después Eugene Onegin se estrenaba en el Bolshói de Moscú, y su fama perdura hasta hoy como una de las grandes óperas románticas, en forma y fondo, por su exquisita manera de mostrar las turbulencias del alma humana.