Sobre la obra

Hacia el drama total: música en plenitud al servicio de una historia perfecta

Verdi tuvo que pasar dos veces por la censura antes de estrenar la ópera, con varios cambios significativos, pero mantuvo su intención de crear un drama musical sólido.

En 1857, Giuseppe Verdi ya no tenía nada que demostrar: había acumulado una lista impresionante de éxitos –entre ellos Rigoletto, Il trovatore o La traviata–, y se podía permitir el lujo de elegir proyectos. Sin embargo, le seguía preocupando la calidad de las historias y su relación con la música: para Verdi, la partitura y el libreto eran piezas al servicio de un engranaje mucho más completo, que era su idea de un teatro musical compacto y sin puntos débiles. En esos años, Verdi estuvo jugando con la idea de la gran ópera francesa –piezas largas, con temas graves y dramaturgia aparatosa–, pero llegado el momento de Un ballo in maschera, quiso cambiar su manera de trabajar: deseaba una historia sencilla –venía de intentar componer música para El rey Lear, de Shakespeare, sin éxito–, y la encontró en un drama francés de Eugène Scribe llamado Gustavo III, o el baile de máscaras.

El texto de Scribe estaba inspirado en un hecho real: el rey Gustavo III de Suecia fue asesinado en 1792 en la ópera de Estocolmo, de un disparo por la espalda. La idea del magnicidio era muy tentadora, pero lo bueno de la pieza original era que cambiaba el móvil del crimen, que dejaba de tener un interés político para ser una venganza amorosa: en esta historia, el rey está enamorado en secreto de Amelia, la esposa de su mejor amigo, pero decide renunciar a ella por lealtad. Sin embargo, un equívoco hace que este amigo crea que la infidelidad se ha consumado, y será quien decida cometer el asesinato por su propia mano, descubriendo justo al final su grave error. Verdi, con la colaboración del libretista Antonio Somma, introdujo más variables, como un elemento sobrenatural –la aparición de la vidente y bruja Ulrica, que lee su trágico futuro al protagonista–, así como el papel central que tiene el baile de máscaras durante toda la ópera, un anticipo de lo que será el clímax final, donde la alegría y la muerte se unen en el mismo espacio.

Verdi quería trabajar en una ópera modesta, y acabó dando con una de las fusiones más perfectas y elegantes entre drama bien construido y música al más alto nivel: no hay un solo segundo que sobre en Un ballo in maschera, hay cuatro arias excepcionales, un dueto vigoroso, varios pasajes dificultosos de coloratura para el personaje de Oscar, un coro electrizante y varias piezas de conjunto, unidas por pasajes instrumentales breves pero sustanciosos. Juntando su experiencia con su libertad para crear, Verdi dio con una obra perfecta… que, sin embargo, tuvo que transformarse en muchos aspectos sobre la marcha a causa de la censura.

Originalmente, la ópera iba a ser para el Teatro San Carlo de Nápoles, pero allí no gustó el tema: el asesinato de un rey en el escenario no le parecía adecuado al poder del Reino de las Dos Sicilias –en manos de la casa Borbón–, y se pidieron una serie de cambios inaceptables que transformaban la ópera por completo. Verdi prefirió llevar su proyecto a Roma, y aunque allí también tuvo que pasar por la censura, las intromisiones fueron menores. Al final, Verdi y Somma aceptaron cambiar la figura del rey por un noble –Gustavo III pasaba a ser el conde Richard Warwick–, y la acción se trasladaba de Europa a América, concretamente a Boston, a cambio de mantener la trama de la infidelidad, que es la que justifica el desenlace trágico.

Cuando Graham Vick trabajó en esta producción, que ahora llega al Liceu, lo hizo a partir de la edición crítica de la ópera –que recuperó el libreto de Roma antes de pasar por la censura–, y no la del estreno, que finalmente fue en febrero de 1859. Sin embargo, sí se utilizó la música definitiva, en la que Verdi trabajó después de aceptar los cambios. En Barcelona, en cambio, la función será a partir de la obra estrenada, con el libreto ya ambientado en Boston con nuevos nombres para los personajes, como Riccardo (el conde), Renato (su amigo y secretario), Samuel y Tom (los conspiradores), y también con la partitura definitiva. Sea en una versión u otra, nada afecta al resultado: seguimos estando ante una de las grandes joyas del repertorio verdiano.