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Los objetos religiosos transformados en viajes espirituales

Ya a lo largo del siglo xviii, en vida de Händel y después de su muerte, el oratorio fue afianzándose como una obra que suscitaba en quienes la escuchaban un viaje, una experiencia, espiritual. Este paso hacia la interioridad explica el éxito de El Mesías.

El 13 de abril de 1742 se estrenó en Dublín uno de los oratorios más conocidos de la historia de la música: Messiah (El Mesías), de Georg Friedrich Händel (1685-1759). El compositor se hallaba en la plenitud de su carrera como autor de oratorios, y Charles Jennens le ofreció un texto que era una “meditación”, sin acción dramática. El texto, que consistía en una sucesión de versículos bíblicos, estaba pensado en el marco de la Semana Santa. El tema era la redención proveniente de Jesús, el Mesías, es decir, Cristo, ungido y enviado de Dios, crucificado y resucitado. Durante tan solo poco más de tres semanas (del 22 de agosto al 14 de septiembre de 1741), Händel escribió el nuevo oratorio, 259 páginas de música. Con el manuscrito bajo el brazo se desplazó de Londres a Dublín en noviembre de 1741. Finalmente, en un teatro de esta última ciudad, el Musick Hall de Fishamble Street, no en una iglesia, el propio Händel, tocando el órgano y dirigiendo, estrenó el oratorio, que se interpretó como concierto de beneficencia. Al cabo de un año se estrenaba en Londres. 

Jennens, un rico terrateniente, buen amigo de Händel, era un creyente anglicano, firme defensor del valor del texto bíblico, que pretendía contrarrestar las opiniones filosóficas deístas, en boga en ese momento. Por eso, proponía el Dios de la revelación cristiana frente a las doctrinas que presentaban un Dios estrictamente filosófico, ser supremo y gran relojero del universo. Y por consiguiente, en el libreto escrito por Jennens todos los textos, absolutamente todos, eran tomados de la Biblia. Dicho en términos teológicos, Jennens renuncia a cualquier palabra humana y solo emplea citas, plenas o fragmentadas, de la palabra de Dios. Se trata de una opción que convierte el texto de El Mesías en un “objeto” casi religioso, pues todo en él es palabra inspirada; no palabra humana, sino palabra divina —así lo entiende la teología cristiana. 

Händel ha captado el carácter confesante del texto. Lo expresa en cada momento de su música. Además, al final de la partitura escribe las iniciales “SDG”, correspondientes a la frase latina Soli Deo gloria (‘Tan solo a Dios [hay que dar] gloria’). Es cierto que estas iniciales no son necesariamente representativas de una persona con grandes convicciones religiosas, pero en Händel, que nunca fue, como Bach, un hombre de fe arraigada, la mención de la gloria de Dios es lo suficientemente significativa. Dejando a un lado la tradición, apócrifa, de una visión celestial que el compositor habría tenido en el momento de escribir el “Aleluya”, cabe decir que toda la partitura destila una fuerza espiritual enorme. Y si bien Händel escribió otros oratorios en espacios de tiempo igualmente breves, en El Mesías no hay proporción: la obra es de gran intensidad espiritual, mientras que el tiempo de composición fue realmente breve. Pues bien, si el documento elaborado por Jennens ya era de por sí un “objeto” religioso, la partitura de la obra (letra y música) acaba siendo un “objeto” que muestra una sacralidad singular. Esta sacralidad se manifiesta incluso fuera del ámbito de lo sagrado, es decir, de la ritualidad litúrgica y celebrativa. En una palabra, la partitura de El Mesías de Jennens-Händel es un objeto religioso, tanto por las palabras que contiene como por la música que las vehicula, escrita para dar gloria a Dios. 

Ya a lo largo del siglo xviii, en vida de Händel y después de su muerte, el oratorio fue afianzándose como una obra que suscitaba en quienes la escuchaban un viaje, una experiencia, espiritual. Este paso hacia la interioridad explica el éxito de El Mesías desde que fue estrenado y comenzó a interpretarse una y otra vez, en espacios religiosos, como basílicas y catedrales, y en espacios seculares, como teatros y salas de concierto. Además, se empezó a “descuartizar” la partitura y las partes más relevantes eran cantadas solas. Todo el mundo quería hacer su viaje espiritual escuchando una música que sobrevolaba las dimensiones terrenales de la existencia. La fuerza de atracción de El Mesías provocó que se convirtiera en una pieza que, partiendo de un “objeto” religioso, invita al viaje espiritual, desde mediados del siglo xviii hasta la actualidad (en 1770 ya se interpretaron algunos de sus fragmentos en Nueva York). Las ediciones de la obra, la primera de ellas del año 1767, han sido muy numerosas, y las modalidades de interpretación de El Mesías han variado desde los pequeños formatos hasta las grandes masas corales.

En esta historia de la recepción del oratorio durante el siglo xviii, es importante señalar dos momentos. En 1775, en Hamburgo, Carl Philipp Emanuel Bach impulsó la traslación del objeto religioso, la partitura, traduciéndola al alemán, y abrió una nueva vía de transformación espiritual en el público de esta lengua. La traducción bíblica inglesa utilizada por Jennens, la King James Version, la versión oficial de la Iglesia anglicana, fue traducida al alemán por F. G. Klopstock y Ch. D. Ebeling, siguiendo la Biblia de Lutero, la versión oficial de la Iglesia evangélica. Y el 6 de marzo de 1789, en Viena, Wolfgang Amadeus Mozart estrenó Der Messias en el palacio del conde Johann Esterházy. Mozart, para su obra, empleó la versión adaptada al alemán que había impulsado Carl Philipp Emanuel Bach. Bajo la iniciativa y los auspicios del mecenas Gottfried van Swieten, Mozart trabajó sobre un objeto religioso modificado, un texto escrito en alemán, modulándolo musicalmente con varias innovaciones para que el viaje espiritual quedara adaptado a la sensibilidad y al espíritu de su tiempo. En efecto, todo objeto religioso debe hablar a la sociedad del presente, para que esta pueda realizar su propio viaje espiritual. 

De hecho, lo que buscamos los seres humanos es llevar a cabo un viaje interior, cuya ocasión la proporciona, en este caso, un objeto casi religioso, inmaterial, la música contenida en la partitura de Händel-Mozart. La escucha de El Mesías salido de las manos de Mozart constituye, pues, una invitación a adentrarse en un mundo al cual se llega según la medida del propio compromiso y la constancia del propio coraje. Obviamente, no todo el mundo llega al mismo lugar, ni todo el mundo consigue lo que se había propuesto. 

Es pertinente presentar las coordenadas del viaje espiritual que ofrece la escucha de El Mesías händeliano que Mozart se hizo suyo de forma muy o, para algunos, demasiado respetuosa. El oratorio de El Mesías propone, en tres partes, un paradigma de existencia inspirado en el año litúrgico, que refleja el viaje de Jesús de Nazaret, hombre y Dios, y el viaje espiritual de quienes se adentran en ese paradigma. La primera parte del viaje, y de El Mesías, explica la venida de Jesús anunciada por los profetas, su nacimiento en Belén y su programa de vida, las curaciones y el consuelo, que él esparce como Salvador, manso y humilde de corazón. La primera parte termina con estas palabras: “Su yugo es suave y su carga ligera” (movimiento núm. 15, Mateo 11,30). 

En la segunda parte del viaje, y de El Mesías, se manifiesta el aspecto agónico de la existencia: la lucha entre muerte y resurrección, entre pecado y redención. El drama de quien, como Cordero de Dios, ha cargado en sus espaldas los crímenes y tropiezos de la humanidad, sin devolver nunca violencia por violencia, quien ha aceptado las heridas y el rechazo, sin encontrar comprensión, todo en conjunto constituye una invitación a replantearse la existencia. La resolución del drama consiste en recurrir al poder de Dios, que resucita a Jesús de la muerte. Queda rehabilitado así el Rey de la gloria y destruido el poder furioso del mal, impotente ante Cristo, “Rey de reyes y Señor de señores” (mov. núm. 32, Apocalipsis 19,16). Esta es, según el texto de El Mesías, la buena noticia, la palabra del Evangelio de la paz, que es necesario anunciar. 

La tercera parte del viaje mira hacia el futuro. El viaje espiritual corresponde ahora al camino de quienes son redimidos porque siguen al Redentor, que ha resucitado de entre los muertos. En medio de un nuevo amanecer, dominado por un misterio, está la trompeta que sacude al mundo y lo hace volver incorruptible, que convierte en inmortal lo que era mortal. El drama entre muerte y resurrección se decanta ahora claramente a favor de la victoria de Cristo sobre la muerte. El viaje, y el oratorio, se concluyen con el “Cordero que ha sido degollado y nos ha redimido para Dios con su sangre”. El Cordero es Cristo, que es digno de recibir “todo poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza” (mov. núm. 38, Apocalipsis 5,9.12-13). 

El viaje espiritual, en El Mesías de Händel-Mozart, es subyacente a una palabra clave: gloria. Recordemos que este es el término que aparece en el colofón de la partitura. La gloria, con la paz, la cantan los corazones de los ángeles en la noche del nacimiento del Mesías (mov. núm. 12). Ante el Rey de la gloria deben abrirse las puertas del hades para que él entre victorioso es este (mov. núm. 25). Por último, en la liturgia del cielo, el himno que entona el pueblo santo es de gloria y alabanza (mov. núm. 38). 

 

Armand Puig i Tàrrech

Presidente del AVEPRO

(Santa Sede, Roma)