Offenbach y su cita con la historia

Sin renunciar a su estilo –ameno, sensible y de dulce melodía–, Offenbach expandió de forma ambiciosa los límites de la ópera cómica

A Jacques Offenbach no le faltó, en vida, ni fama ni éxito, pero había un aspecto que afecta comúnmente a la vanidad del compositor y del que no gozaba: el respeto, ese saludo unánime que abre la puerta de la posteridad. Offenbach componía operetas, divertimentos ligeros para el vibrante París del Segundo Imperio, y la gran mayoría de sus títulos –compuso casi cincuenta–, aunque celebrados en su día, han caído prácticamente en el olvido. Offenbach no siempre aceptó identificar su obra escénica con la opereta y defendió varias piezas como óperas cómicas, pero en realidad era una distinción innecesaria, pues en aquella capital de la cultura y alborotada vida nocturna sólo existía un género que mereciera el calificativo de arte serio: la grand opéra, aquellas grandes producciones en cinco actos, con ballet y el aparato escénico más espectacular de su tiempo.

A Offenbach nunca se le abrió de par en par el camino hacia la grand opéra, pero en su última composición, Les contes d’Hoffmann, intentó llegar a ella a su manera. Inspirado en los relatos fantásticos del escritor alemán E. T. A. Hoffmann y a partir de un libreto de 1851 que ya había servido para una obra de teatro, Offenbach encontró la forma ideal de combinar su adornado y melodioso estilo con las convenciones de la ópera de alto presupuesto, con ballet obligatorio y sus cinco actos. No consiguió completar la ópera como él deseaba y finalmente escribió la música para el prólogo, el epílogo y los tres actos centrales, aunque quizás esa circunstancia haya permitido la fama conquistada con posterioridad por la obra, pues no tiene altibajos ni su duración resulta excesiva.

La historia es la del poeta Hoffmann, enamorado de Stella, que se embarca, impulsado por la musa, en un viaje onírico durante una noche fantástica a la busca de esa mujer ideal, encarnada en las protagonistas de los respectivos actos: Olympia (un autómata), Antonia (una joven que enferma cuando canta) y Giulietta (una cortesana en Venecia). La musa, sin embargo, busca el fracaso amoroso de Hoffmann, pues está convencida de que solo cuando él renuncie al amor podrá volcarse en la poesía y extender su bien a toda la humanidad. Una alegoría involuntaria, quizás, sobre el destino del propio Offenbach, que renunciando a la ligereza de la opereta –aunque no al humor, la sensibilidad y la dulzura melódica– firmó la obra que le ha dado la inmortalidad.