Sobre la obra

Sangre y bilis: un tratado magistral sobre las bajas pasiones

Puccini alcanzó con Tosca su mayor nivel de truculencia: une las bajas pasiones de la ópera verista y el expresionismo con el canto más sublime de la tradición italiana.

Suele decirse que la primera ópera del siglo XX es Pelléas et Melisande, de Claude Debussy, pero en muchos aspectos Tosca podría disputar ese lugar de privilegio. Suele decirse también que Tosca es una ópera verista –tiene más sangre que la suma de Cavalleria rusticana y Pagliacci–, pero esto también puede discutirse: por su recreación de las bajas pasiones, la Tosca de Puccini tiene más en común con el expresionismo que ya estaba surgiendo en Alemania que con las historias de venganza rural de sus colegas Mascagni y Leoncavallo. Es decir, es una ópera adelantada a su tiempo, moderna y dramáticamente perfecta, y musicalmente incorpora lo mejor de la tradición lírica italiana unido a un lenguaje armónicamente denso y complejo. Otro lugar común dice también, no sin razón, que la partitura de Tosca anuncia la llegada, tres décadas después, de la música de cine. Es, por tanto, un título revolucionario.

La acción de la ópera tiene mucho que ver con la revolución, de hecho. Ambientada en Roma en 1800, justo cuando Napoleón guerreaba con los poderes absolutistas de la península itálica, lo primero que se conoce de Tosca es su trama política: Angelotti, un activista liberal, ha huido de la cárcel y de la policía vaticana. En la iglesia de Sant’Andrea della Valle busca la ayuda de Mario Cavaradossi, un pintor que simpatiza con la causa de Napoleón. Cavaradossi mantiene a la vez un romance con Floria Tosca, una cantante celosa y temperamental. A la vez, el jefe de la policía, el barón Scarpia, también desea a Tosca.

Cuando Scarpia sigue la pista de Angelotti y descubre que Cavaradossi le está ayudando a esconderse, el villano de la ópera utilizará su poder para torturar al pintor y chantajear a Tosca, que incapaz de soportar el sufrimiento de su amante se avendrá a un pacto diabólico: satisfacer la lujuria de Scarpia. Cuando consigue un salvoconducto para huir con Cavaradossi –a cambio de sus favores sexuales–, Tosca apuñalará a Scarpia, pero descubrirá la última trampa: su amante, a quien creía haber salvado, muere fusilado y ella será apresada por asesinato. Antes de caer en manos de la tiranía, sin embargo, decide suicidarse.

La historia de Tosca es terrible, y si todavía nos impacta hoy, en un mundo acostumbrado a todo tipo de horrores explícitos, es fácil imaginar la conmoción que causó en su estreno: el intelectual alemán Oskar Bie dijo de Tosca que era “un trabajo de carnicero disfrazado de dignidad”. Pero Puccini se había tomado Tosca como una misión personal. Se había enamorado de la obra de teatro original –firmada por el francés Victorien Sardou– cuando era muy joven, y siempre deseó poder transformarla en una ópera. Tardó casi 15 años en conseguirlo, pero el tiempo de espera le sirvió para mejorar como compositor: fue la pieza que creó tras La bohème, su despedida de la juventud; Tosca, por tanto, era su puerta de entrada a la madurez, y su consagración definitiva como el mayor compositor de ópera de su tiempo. Desde entonces, a Puccini le acompañaron dos circunstancias deseables: el éxito profesional y la admiración universal.

Tosca también inauguró una tradición particular: la fascinación de Puccini por las heroínas desesperadas y suicidas. En La bohème, Mimì fallece de tuberculosis, pero desde Tosca hasta Liù, muchas de sus protagonistas mueren por su propia mano, desde Cio-Cion San a Suor Angelica. En realidad, ninguna de las óperas posteriores de Puccini alcanzó el mismo nivel de truculencia de Tosca, razón de más para considerarla como su ópera más completa, la que mejor une lo infame con lo sublime.