Sobre la producción

Surrealismo pop y crítica social

Estrenada en Roma en 1817, La cenerentola –una adaptación del cuento Cendrillon de Charles Perrault– es el último gran título cómico de Rossini. A la vez, es una obra con un destacado mensaje moral. A partir de estos principios –el humor y la denuncia del acoso contra los débiles–, Emma Dante presenta una producción que equilibra fantasía y moraleja, encabezada en sus papeles principales por el tenor Javier Camarena y la mezzosoprano Maria Kataeva.

Cuando Rossini compuso su ópera, en Europa circulaban dos versiones muy conocidas del cuento de La cenicienta. La principal fue la de Charles Perrault, Cendrillon, escrita en 1697 –no era una idea original suya, provenía de fuentes anteriores, pero sí fue la primera en difundirse entre un público amplio–, y a principios del siglo XIX se publicó la versión en alemán de los Hermanos Grimm. Tanto Rossini como su libretista, Jacopo Ferretti, conocían el original francés, y si algo se comprendía bien en los cuentos de hadas infantiles era que, más allá de que fueran historias asombrosas con un importante trasfondo mágico, lo que buscaban sobre todo era aleccionar en el comportamiento y educar. Este cuento, en definitiva, tiene una moraleja, que en este caso se resume en la idea de que la bondad acaba teniendo recompensa, y que la maldad merece castigo. Por eso se da un contraste tan fuerte entre la protagonista –que en la ópera, no por casualidad, se llama Angelina: es sin duda una muchacha celestial, un ángel, pura bondad sin matices–, y su familia, que le dispensa un trato mezquino.

'La Cenerentola' (© Yasuko Kageyama)

 

En los cuentos infantiles la moraleja es siempre una idea muy general –como es buena, la protagonista obtiene el premio mayor, que es el amor del príncipe–, pero en su versión escénica dirigida por Emma Dante, esta Cenerentola que llega ahora al Liceu quiere plantear situaciones más concretas y actualizadas. Dante es una importante directora de teatro y cine italiana con una larga trayectoria de décadas. Entre sus películas se cuentan Via Castellana Bandiera (2013), Las hermanas Macaluso (2020) y la reciente Misericordia (2023), y en ocasiones también ha dirigido ópera. Esta versión de La cenerentola, de hecho, parte de un encargo del Teatro dell’Opera de Roma para conmemorar el bicentenario del estreno absoluto en 1817, en el histórico Teatro Valle.

“La directora de teatro y cine Emma Dante aplica a esta producción ideas estéticas del surrealismo pop y acompaña la acción con un ballet y abundantes números de mímica”

Emma Dante plantea una interpretación muy amplia de la ópera, que es una comedia en la mejor tradición rossiniana, pero que también aborda situaciones propias de la ópera semiseria, es decir, aquella en la que se dan situaciones dramáticas que aportan gravedad a la historia, y no exclusivamente humor, disparate y diversión. Al fin y al cabo, la presentación de Angelina en el primer acto resulta más deprimente que cómica: mientras sus hermanastras exhiben una vanidad ridícula, ella recibe un trato vejatorio por parte de su familia. Y es esta circunstancia la que le sirve a Dante para desarrollar su planteamiento escénico, que pasa por complementar la comedia con momentos de denuncia que tocan aspectos como el acoso y la violencia de género. Por ejemplo, al final de la ópera, antes de que caiga el telón, y cuando celebramos la fortuna de Angelina –que va a casarse con el príncipe Don Ramiro–, sus hermanastras, Tisbe y Clorinda, optan por suicidarse en escena, recibiendo así un castigo duro por su comportamiento egoísta y cruel durante la ópera. Si la moraleja indica que la maldad tiene castigo, las hermanas reciben la pena máxima.

'La Cenerentola' (© Yasuko Kageyama)

Por otro lado, La cenerentola es un cuento de hadas. En la ópera de Rossini no hay magia, pero sí se mantiene todo el encanto y el asombro de la historia de Perrault, ya que se consuma lo improbable –el triunfo de la chica marginada– a través de la imaginación y la bondad. Y ahí Dante no escatima en fantasía, convirtiendo la producción en una experiencia cercana al surrealismo pop. Los dos actos de la ópera se desarrollan en un espacio único: un salón con espejos que ocupa todo el escenario –con entradas laterales y al fondo, lo que permite una constante circulación de personajes–, y que sirve como espacio para la casa de Don Magnifico y para el palacio del príncipe. El vestuario es de época –una regresión a tiempos de Rossini–, pero la dramaturgia es moderna, un contraste entre lo clásico y lo atrevido que acaba resultando, como bien dice Dante, surrealista y pop.

“Sin perder de vista el aspecto cómico de la ópera, Dante busca también potenciar sus aspectos más serios, comentando de manera sutil la psicología de los personajes”

Y en eso tiene una gran importancia la participación constante de un ballet. Cada acción de los personajes en escena está acompañada, en esta producción, de movimientos complementarios de un grupo de figurantes y bailarines, que no sólo ayudan a intensificar el efecto cómico –con toda la velocidad y sensación de caos que caracteriza las óperas bufas de Rossini–, sino a ofrecer una lectura de la psicología interna de cada rol, pues no sólo es importante lo que hacen y lo que dicen, a partir de una música endiablada, sino también qué piensan y cómo se sienten. Así, se puede seguir el viaje emocional de Angelina, de la depresión que le provoca ser víctima de bullying, hasta su resarcimiento final gracias al amor del príncipe, que obtiene no por capricho del hombre, sino por su tenacidad e inteligencia: ni qué decir tiene que esta Angelina bondadosa y perspicaz incorpora también un matiz feminista emancipador. En conjunto, es una producción que consigue sus dos objetivos: divertirnos como pretendía Rossini, y añadir a esa felicidad una nota grave, un mensaje importante porque, no lo olvidemos, en los cuentos es tan importante la lección moral como el buen rato que pasamos al leerlos.

'La Cenerentola' (© Yasuko Kageyama)