Sobre la obra

Un último gran servicio a la humanidad

Tras el estreno de Aida en 1871, a sus 58 años, bendecido por el éxito e inmensamente rico, Verdi decidió dejar de componer óperas. No se retiró por completo, pues en los años siguientes compuso su inmenso Réquiem y revisó Simon Boccanegra y Don Carlo hasta fijar las versiones finales de ambos títulos, pero ciertamente evitó embarcarse en otro proyecto ambicioso; durante más de una década se mantuvo en silencio. Verdi sentía que había llegado su momento de descansar, aunque ni el público ni su editor, Giulio Ricordi, compartían tal decisión. Ricordi creía que Verdi desperdiciaba su talento –y la posibilidad de generar más ingresos, de paso–, pero para sacarlo de su retiro no bastaba con la tentación del dinero, aunque sí la de la inmortalidad: Verdi solo volvería a escribir una ópera si lo que veía en el horizonte era una obra maestra.

Otello se estrenó en 1887, pero llegar a la meta no fue sencillo. En primer lugar, Arrigo Boito tuvo que completar el libreto –inspirado en el drama de Shakespeare– y doblegar la voluntad de Verdi, que no cedió hasta asegurarse de que el texto poseía una alta calidad literaria, en especial en el desarrollo de los personajes. Verdi siempre había estado buscando un tipo de ópera que fuera equiparable al teatro clásico –a diferencia de Wagner, que perseguía la obra dramática del futuro–, y esta era su oportunidad de crear una obra superior, cumbre de sus días y a la altura de Shakespeare, Calderón o Racine. En definitiva, consideró lo más importante hacer un último gran servicio a la humanidad –sin saber que cerraría su obra con Falstaff (1893)– antes que disfrutar de su retiro.

Aunque había estado más de quince años sin componer ópera, Verdi tenía frescos todos los recursos de su lenguaje musical y su partitura para Otello no solo es la más madura de su producción, muy basada en los recitados, sino también una mina de preciosos hallazgos líricos, en especial en Desdemona. La pena, como decía Ricordi, es que Verdi no hubiera aprovechado su estado de gracia durante la década de 1870 –¡cuántas obras maestras nos negó su retiro!–, pero es tal la magnitud de Otello que la posteridad se da por satisfecha, pues no tiene ningún punto débil: personajes perfilados con detalle, música con ambición revolucionaria, exigencia para músicos, cantantes y público, y las palabras exactas para abordar los temas –celos, venganza, ambición, la mente irracional– y darles un significado universal.