Sobre un fondo negro, la producción se articula sobre todo a través de las pantallas de Wolfgang Tillmans, que se plantea la puesta en escena como una videoinstalación
El War Requiem no es una ópera, y por tanto no tiene un argumento, ni demanda ningún tipo de producción escénica para que pueda interpretarse de la manera correcta. Sin embargo, en los últimos años se ha dado el fenómeno interesante –y en cierto modo transgresor– que consiste en escenificar oratorios conocidos, y de esta manera muchas salas de ópera y festivales han incorporado a su repertorio obras como la Pasión según San Mateo de J. S. Bach –que nunca escribió ópera– o El Mesías de G. F. Händel, que abandonó la ópera para modernizar el oratorio.
Este tipo de acción requiere una preparación muy seria, pues al fin y al cabo se trata de una injerencia creativa –modificar profundamente un tipo de arte con códigos que le son ajenos–, pero que planteada de manera rigurosa puede ayudar a que, como ocurre con la versión del War Requiem propuesta por Daniel Kramer, la idea original del compositor quede realzada, reforzada gracias a una utilización inteligente de capas de significado que añaden aliento poético, metáforas y nuevas dimensiones de su belleza. Kramer es el director artístico de la English National Opera (ENO), una institución que se ha caracterizado por buscar la confluencia de diferentes artes, antiguas y modernas, para revitalizar el repertorio lírico inglés, y su primera idea fue que la pieza de Britten –compuesta a tan gran escala que, más que una misa o una versión laica del oratorio, se acerca sobre todo a las grandes sinfonías corales de Gustav Mahler– podía ser llevada al escenario de ópera porque, además, subyacía un esbozo de argumento gracias a la inclusión de los poemas sobre la guerra de Wilfred Owen.
Kramer contactó con Wolfgang Tillmans, el fotógrafo alemán residente en Londres galardonado con el Premio Turner en el año 2000 y conocido por su trabajo a medio camino entre el videoarte, la instalación y la industria de la moda, y le pidió que desarrollara un concepto visual para el War Requiem, que de esta manera se presenta en el teatro con el plano añadido de la metáfora, un recurso permanentemente activado en la sutil escenografía dividida entre la acción de los cantantes y el fondo de pantallas que apuntilla el mensaje de cada segmento de la pieza coral, y que para Tillmans, como lo fue para Britten, es el de lo injustificado de la guerra.
«Los poemas de Wilfred Owen de la Primera Guerra Mundial, que forman parte del texto, me recuerdan lo que es la guerra ante todo: la destrucción de vidas jóvenes», explicaba Tillmans en una entrevista publicada en la web de la ENO. «Ahí fue cuando la guerra moderna empezó a cobrarse la vida de civiles de todas las edades. Yo fui adolescente en Alemania en los ochenta, en la línea divisoria entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, y le tenía un pánico terrible a la guerra. El auge actual del nacionalismo en el hemisferio norte hace que el mensaje pacifista de Britten y Owen sea más relevante que nunca». De este modo, la escenografía de Tillmans subraya con insistencia el horror de la guerra a gran escala, y desliza un hálito de esperanza a medida que avanza la producción.
El escenario funciona a dos niveles: es el lugar en el que deambulan las voces –las tres solistas principales y los coros, que representan, en cierta manera, a la población civil inocente, la víctima real de cualquier conflicto bélico, y por tanto aparecen casi siempre de manera tumultuosa, desordenada, o yaciendo en el suelo, muertos– y casi siempre hay una o dos pantallas activas como fondo o desplazadas hacia el plano medio del escenario, en las que Tillmans añade comentarios visuales sobre el texto cantado. Al comienzo de la representación, y durante más de media hora, la iluminación es escasa –un negro profundo, el pozo sin fondo del horror– y los visuales resaltan el dolor del desplazamiento de inocentes, de la mutilación de los cuerpos, de la pérdida de esperanza.
La guerra a la que alude la producción podría ser cualquiera de las del siglo XX –la primera mundial, la de Vietnam–, pero en un momento concreto la referencia es directa a los Balcanes, pues no deja de ser la última y más vergonzosa de las que han tenido lugar en Europa. Cuando llegan los poemas de Wilfred Owen, y las voces solistas del tenor y el barítono adquieren protagonismo, la producción centra el foco en los personajes, en la interpretación, y el fondo visual suele apagarse, pero cuando el coro toma el control de nuevo, el mensaje regresa a las pantallas. Y es un mensaje de esperanza, de fe en la reconstrucción y en la reparación de las heridas. Lo que viene a decir Tillmans es que la guerra es una aberración del hombre y que la respuesta ante el horror es, o bien la civilización –de ahí que aparezcan imágenes del interior reconstruido de la catedral de Coventry, donde el War Requiem se estrenó en 1962– o, mejor aún, la naturaleza. Al final, el tono verde de las plantas en su esplendor tiñe las pantallas, dando a entender que debemos aprender cuál es nuestro lugar: por mucho daño que hagamos, la naturaleza es superior al hombre y terminará imponiéndose. La guerra, en definitiva, es un error que quedará reparado por los ciclos imparables de la vida.