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¿Y si Disney montara La flauta mágica?

La flauta mágica es la ópera más representada de lo que llevamos de siglo. Según la base de datos Operabase, desde 1996 hasta la fecha, le saca 133 funciones de ventaja a Carmen, e incluso Mozart supera a su más cercano perseguidor, Verdi, por 216 presentaciones. Nunca en su historia la última ópera de Mozart había gozado de tal éxito. Esto puede resultar frívolo, pero es información de oro para sentar las bases de nuestra premisa: ¿Qué pasaría si fuera Disney quien montara su propia versión de La flauta mágica? ¿Cómo se aplicarían sobre ella los principios clásicos de una producción de Disney?

The Walt Disney Company es un gigante dentro del entretenimiento mundial. Además de su histórica participación en la producción de material audiovisual para cine, televisión y también para streaming, es a la vez uno de los más reconocidos actores dentro del negocio del turismo a escala mundial, a través de sus parques temáticos y hoteles. La capacidad de diversificación de la compañía se ha ido acrecentando con los años, y sus nuevos buques insignia han sido las adquisiciones de las franquicias Star Wars y Marvel, haciéndolas aún más lucrativas de lo que ya eran. ¿Que la ópera es costosa de montar, difícil de sostener económicamente, y está financiada en gran medida por fondos estatales? ¡No importa! El mayor retorno económico de Disney no es a través de la venta de entradas. Entonces, ¿por qué no ingresar también en el negocio de la ópera?, podrían preguntarse en la empresa. Este sería terreno virgen para el gigante, sobre el cual podrían aplicar su reconocida habilidad para obtener jugosos réditos a través de su multiplicidad de ramas de negocios.

Dada la estructura centralizada y vertical de la corporación, sería sumamente novedoso, y a la vez desconcertante, que las decisiones de dramaturgia y puesta en escena recayeran sobre una compañía y sus ejecutivos en vez de sobre un individuo o colectivo artístico, lo cual daría pie para que Disney saque de nuestro mundo el universo de La flauta mágica. Quizás estarían de acuerdo en mantenerla, como aparece en el libreto, en la Märchenzeit (‘época de los cuentos de hadas’) y localizarla en el Märchenwelt (‘mundo de los cuentos de hadas’). Mirada desde cierta distancia, la creación operística de Mozart podría resultar atractiva para Disney: el personaje del héroe-príncipe está claramente representado en Tamino; Pamina podría cumplir con el rol de la princesa (necesario para cualquier producto Disney); la figura de la Reina de la Noche cabría sin inconvenientes en la casilla de bruja y/o reina mala, con el plus de ser además la madre de Pamina; Papageno calza perfecto como el acompañante bonachón, fiel y simple, entre otros. Todos estos personajes serían fácilmente parte del inmenso merchandising Disney, que corresponde a un abultado porcentaje de las ganancias detrás de cada una de sus producciones.

El concepto de merchandising forma parte del núcleo básico de las políticas de Disney y está asociado a cualquiera de sus producciones. La omnipresencia de una amplia gama de artículos responde a un modelo de negocios que data de 1929, cuando la empresa forma una subsidiaria dedicada al merchandising y a la concesión de licencias. Este concepto está tan entramado en el ethos de la compañía que, sin duda, se presentaría en su novata incursión en la ópera. De hecho, creo que el análisis de qué personajes tendrían más rendimiento económico en las vitrinas sería una acalorada discusión dentro de la plana ejecutiva. Ya mirando los personajes, Papageno podría considerarse como uno con mucha capacidad de “mover” merchandising; cumple con el estereotipo de personaje family friendly por su inocencia y simpleza. Además, al ser un gran compañero de los protagonistas puede hacer sentir a quien tenga el muñeco de Papageno como si fuera un Tamino o una Pamina, inventando historias donde el pajarero esté siempre a su lado. Y, en cuanto a su diseño, dado su oficio, podría estar adornado de múltiples colores y así llamar fácilmente la atención en una juguetería. ¿Y por qué no hacer un peluche de Papageno? A lo antes detallado se le podría agregar el factor de ternura del personaje, y al ser “apretable” se estaría bajando la vara etaria, y podría ser un amigo de infantes e incluso lactantes. Sí que hay potencial…

Las figuras de acción de Tamino, Pamina y la Reina de la Noche serían encasilladas en los lugares comunes más evidentes de la historia de juguetes Disney. Décadas de mercadotecnia en formato de focus groups y el logro de cientos de millones de unidades vendidas no pueden estar equivocados. Nuestra era, la de lo desechable y de mover inventario a como dé lugar, no permite la experimentación en algo tan crucial como el merchandising: Tamino gana en musculatura, la sombra de la duda durante su viaje, marcada en su rostro, queda opacada tras una nueva sonrisa en el muñeco que lo representa; Pamina presenta rasgos finos, el tamaño de sus ojos es solo proporcional al de sus pestañas, su expresión facial es de asombro en vez de sapiencia y sagacidad, y su vestuario carece de espíritu aventurero; y la Reina de la Noche pasa a ser Maléfica, la malvada bruja y antagonista en La bella durmiente. Aquí no hay mucha opción de obtener alguna diferenciación. Durante los últimos 30 años Disney ha presentado estos personajes con una regularidad asombrosa, en especial en cuanto a los rasgos y su gestualidad: una ceja prominentemente sobre la otra, mandíbula amplia y barbilla puntiaguda.

La psicología de los personajes se vería afectada por estas decisiones de merchandising. La eterna mediación entre lo tradicional y las nuevas tendencias es pan de cada día para los gigantes de la industria: son demasiado grandes como para cambiar de rumbo y, cuando intentan hacerlo, su propia inercia los conduce por caminos cercanos a los ya conocidos. Pamina podría ser una de las perjudicadas, debido a que sería necesario hacer calzar a la fuerza a la princesa que está dentro de la caja con el personaje sobre el escenario. Esto reduciría la agudeza de Pamina y su claridad para guiar a Tamino a través de la aventura. Los cambios se observarían en la gestualidad de Pamina en escena, ya que la construcción misma de la idea de la princesa de Disney es una unificación entre los elementos psicológicos, gestuales y de vestuario de aquellos personajes, por lo que entrar en su arquetipo implica una alteración de aquello que ingresa, para así evitar incongruencias entre los elementos antes mencionados. La introspección característica de Pamina sería reinterpretada como timidez y duda al encontrarse dentro de este nuevo caparazón. Otro ejemplo es Tamino; su disposición a alcanzar la sabiduría seguiría presente y sería exaltada por su nueva condición de héroe estereotípico, la cual cambiaría a ojos del público en su proceso hacia este nuevo saber debido a la apariencia de seguridad de la imagen del príncipe de Disney. Pamino duda a menudo y pasa del entusiasmo a la desesperanza, elementos que lo humanizan y acercan a los espectadores, pero no parecen compatibles con la personalidad que se observa en la caracterización tanto física como psicológica de esta hipotética nueva puesta en escena.

Es probable que Disney considerara una función de ópera de manera similar a como considera uno de los espectáculos en vivo de su subsidiaria Disney Live Family Entertainment, dentro de sus parques temáticos: un elemento más de la inmersión en el mundo Disney. Para lograrlo sería necesario que la experiencia comenzara antes de entrar a la sala del teatro. Las bellas fachadas de la mayoría de los teatros de ópera serían un aliciente y ellas servirían como marco sobre el cual montar diferentes ornamentos para acercarlas a una imagen de castillo Disney. Estas posibles libertades serían muy llamativas, pudiendo así aplicar sobre La flauta mágica el proceso que el sociólogo Alan Bryman llamaba la disneyficación, en su artículo The Disneyization of Society. Continuando con la idea de la experiencia inmersiva, uno de los elementos planteados por Bryman es el “emotional labour”, o “trabajo emocional”, el cual consiste en “el acto de expresar emociones deseables socialmente durante las transacciones de servicios”. Es decir, quien trabaja para la compañía en la interacción con el cliente debe desligarse de su sentir y acoplarse al de la compañía. Considerando que quienes han visitado los parques temáticos valoran efusivamente el inquebrantable ánimo de sus trabajadores, me animo a afirmar que Disney exigiría en sus acuerdos tomar el control de cualquier posición funcionaria que interactúe con el público, siendo un elemento esencial de esta inmersión, y así vincular, a través de un factor humano, su visión mágica del mundo. Habría miembros del elenco Disney en los ingresos, en la guardarropía, y en los bares y cafeterías de los teatros de ópera.

Un acuerdo con The Walt Disney Company implica, indefectiblemente, ser disneyficado; no hay otra manera. La inmersión no es solo del público, sino también de todos los elementos del acuerdo, estén dentro o fuera del escenario. ¿Es el éxito de La flauta mágica un incentivo para la incorporación del gigante del entretenimiento al mundo de la ópera? ¿Qué pasaría si Disney sigue creciendo y abarcando más y más de nuestro mundo? ¿Adaptará Disney a su imagen y semejanza nuestro mundo tal como ha adaptado innumerables clásicos de la literatura y la pantalla? Estás son las preguntas que sugieren la premisa que se ha presentado aquí. Me parece que el ejercicio descrito solo podría hacerse realidad dentro de un mundo Disney, un mundo ya disneyficado. En nuestro mundo, la caja donde va la figurita es demasiado estrecha como para abarcar La flauta mágica y todas sus complejidades.