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En la historia de la ópera hay numerosos casos de compositores que abordan de manera recurrente unas fuentes determinadas para dar forma a sus historias. Wagner se adentró en la mitología germánica, Verdi insistió en Shakespeare en varias ocasiones y Chaikovski creó sus dos mejores óperas, Eugene Onegin y Pikovaia dama, partiendo de los relatos del padre de la literatura romántica rusa, Aleksandr Pushkin. En origen, La dama de picas es un relato de pocas páginas que tenía fascinado a Modest, el hermano de Chaikovski, y a partir del cual comenzó a componer un libreto. En ese momento, el compositor acababa de recibir el encargo del teatro Mariinsky de San Petersburgo para componer una ópera, y la existencia de los borradores de Modest fue el acicate para motivarse y lanzarse a componer. Ahí estaba todo lo que le interesaba: el drama amoroso fatal que termina con la muerte de los protagonistas, la presencia sutil de lo fantástico que termina por convertir el sueño de Hermann en una pesadilla y la opción de profundizar en una vía abierta de la gran cultura rusa. Al final de la composición, que permitió el estreno de la ópera en 1890, Chaikovski se mostraba satisfecho. Sabía que era de lo mejor que había compuesto nunca.

En gran medida, se trata de la última obra maestra del autor, ya que su muerte sobrevendría tres años después, a causa de una infección de cólera. Alguien podría pensar que hay una correlación entre el destino maldito del protagonista de Pikovaia dama con el de Chaikovski, pero eso sería forzar demasiado la lectura: el cuento de Pushkin, cierto es, responde a la fascinación romántica por lo sobrenatural, pero la ópera no acepta ese poder de los fantasmas sobre la vida cotidiana. El único loco es Hermann, que sustituye la pena amorosa por su obsesión con las cartas, hasta el punto de creer que hay una jugada mágica que convierte a quien la conoce en un ganador. Al principio de la ópera conocemos a Hermann, que está enamorado de una joven noble, Lisa, lejos de su esfera social. La abuela de Lisa es una vieja condesa de la que se murmura que conoce un truco mágico para ganar a las cartas; cuando Hermann se entera, Lisa ya solo le interesa como vía de acceso a la condesa, a la que termina asaltando en su habitación en el segundo acto para que le revele el secreto; accidentalmente le causa la muerte de un susto.

En ese momento, la historia se convierte en pesadilla: Hermann no ha descubierto el secreto, pero el fantasma de la condesa se le aparece y se lo revela. Él ha enloquecido, y Lisa, que ha caído perdidamente enamorada al final del primer acto, comprende ahora que ya no podrá recuperar a Hermann y se suicida arrojándose al río; él intentará usar el truco en una partida de cartas, pero perderá y se suicida; es la venganza póstuma del fantasma de la condesa y un escarmiento contra el pensamiento irracional.

Dentro de la historia de la ópera, Pikovaia dama es una pieza que no encaja bien en su tiempo: 1890 fue un año de apoteosis postwagneriana y de triunfo de la ópera realista, y Chaikovski aún seguía componiendo a partir de un lenguaje más propio de mediados de siglo, buscando el bel canto, la melodía firme y la conexión con el pasado —como deja claro la ópera pastoril que se representa dentro de la misma ópera en el segundo acto, que es un homenaje a Mozart—, pero a la vez introduce una serie de elementos modernos en forma de tortura psicológica y mirada al abismo del horror que pertenecen, en realidad, a la siguiente gran revolución operística, la del simbolismo y el expresionismo. Una peculiar modernidad que hay que encontrar, no tanto en la forma, sino en el fondo de Pikovaia dama, una reflexión sobre los peligros que comporta dejar que el alma se envenene con obsesiones fútiles.