Sobre la producción

Un apocalipsis irracional

Il trovatore es una ópera plagada de acción: a medida que se desarrolla el argumento, el espectador asiste a duelos a muerte, capturas de enemigos, huidas a la desesperada, el asalto a una fortaleza, ejecuciones a sangre fría y planes suicidas. En el trasfondo de este relato frenético hay varios hechos históricos que se remontan hasta el reino de Aragón en la Edad Media, y que a mediados del siglo XIX inspiraron al dramaturgo Antonio García Gutiérrez, autor de El trovador, la obra de teatro en la que se inspiró Verdi para su ópera. La historia explica que en 1410, cuando murió el rey Martín I el Humano sin descendencia legítima, diferentes casas nobles de Aragón se enfrentaron en una guerra civil que duró dos años, entre ellas las que tienen un papel principal en Il trovatore, las de Luna y Urgel. La ópera, sin embargo, no nos explica cómo terminó todo ni quién ganó, porque su motivación es otra: Verdi –con la ayuda inicial de Salvadore Cammarano, que falleció antes de terminar la versión completa del libreto– lo que buscaba en Il trovatore era explicar una guerra más cruel e íntima entre dos hombres, el Conde Luna y Manrico, que en realidad son hermanos y fueron separados al nacer. Ninguno de los dos conoce este detalle, el espectador lo intuye a medida que la acción avanza, y por eso el desenlace, en el que el Conde Luna ordena decapitar a Manrico y descubre que es el hermano al que buscaba, resulta tan cruel y conmovedor.

La guerra entre los dos hermanos sabemos que es absurda, y esa convicción fue la que hizo que creciera en el director de escena Àlex Ollé la idea que articula todo el concepto de su producción para Il trovatore, concebida originalmente para la Dutch National Opera de Ámsterdam en 2014 y revisada algunas temporadas después para la Opéra national de París. Ollé decidió trasladar la acción del siglo XV hasta comienzos del XX, y en vez de tener como trasfondo una guerra olvidada en el reino de Aragón, lo que vemos es la carnicería, la oscuridad y las trincheras que caracterizaron a la Primera Guerra Mundial. La pugna entre Luna y Manrico es irracional, porque se acabaría inmediatamente si ambos supieran que son hermanos, de la misma manera en que la Gran Guerra fue absurda porque también enfrentó –sin motivos de peso, en realidad– a naciones hermanadas por una misma historia, una misma cultura y una idea idéntica de civilización.

La Primera Guerra Mundial fue un momento oscuro, se dijo que los países en contienda se movían como si fueran sonámbulos, y esa es otra analogía más que ayuda a reforzar la visión de Ollé. Il trovatore es una ópera nocturna, casi toda la acción transcurre de madrugada, y los personajes parece que nunca duermen, que acumulan un cansancio perpetuo que les lleva a no pensar con claridad y a dejarse llevar por impulsos desesperados. La poca luz que hay en Il trovatore es la del fuego, que tiene una gran importancia simbólica en el argumento a través de las hogueras, y esa asfixia ambiental funciona muy bien con el trasfondo militar de la puesta en escena. El escenario se transforma, gracias a los módulos móviles diseñados por Alfons Flores, en diferentes espacios posibles: un campo de batalla cavado de trincheras, un cementerio, una llanura desolada. El vestuario es también militar, de modo que todos los giros argumentales pueden interpretarse como cruentas batallas que conducen a un final en el que sólo puede quedar una persona en pie.

Hay un aspecto interesante del libreto de Il trovatore que añade valor a la idea de Àlex Ollé: la mayoría de los momentos más épicos o espectaculares se resuelven mediante elipsis, el espectador nunca tiene la oportunidad de observar el primer duelo a muerte entre el Conde Luna y Manrico, que cierra el primer acto, ni el asalto a las murallas de Castellor. La música acompaña confesiones, malentendidos y declaraciones de amor u odio, así que, aunque continuamente hay acción –e Il trovatore es una ópera caracterizada por el movimiento–, el aspecto de la obra que más fácilmente llega al público es su ambiente tóxico, la sensación de desastre que flota en el teatro. La producción de Ollé, enrarecida, fría, nocturna y dominada por una constante tensión, responde muy bien a esa característica: sabemos que hay una guerra ahí fuera, pero lo que nos ofrece es un primer plano de los personajes, atrapados en un destino fatal y consumidos por el veneno de la locura.v