Sobre la obra

Un Verdi triunfal, en la cumbre de su madurez

Verdi había definido sus primeros años como compositor profesional de ópera como un tiempo “di galera”, es decir, de esclavitud: temporada tras temporada, y sin descanso, tenía la obligación de producir títulos nuevos para poder ganarse la vida, sufriendo siempre todo tipo de percance como el maltrato de empresarios desaprensivos o el control de la censura, por no hablar del juicio del público, que en no pocas ocasiones condenó sus óperas al fracaso. Pero en 1851 Verdi había estrenado Rigoletto, un título que tuvo un éxito instantáneo en Italia y que rápidamente saltó a la escena internacional, y desde ese momento, además de famoso –que ya lo era–, Verdi pasó a ser también un compositor con poder. Se acabaron los sufrimientos: podía elegir libremente los temas, trabajar a otro ritmo, y su siguiente gran aventura fue Il trovatore, otra ópera que conoció un éxito grandioso tras estrenarse en Roma en 1853. Verdi estaba en su mejor momento, había alcanzado la madurez plena como compositor, y le sonreía la fortuna.

Il trovatore fue una elección personal de Verdi, que poco tiempo antes había conocido la obra de teatro original de 1836, escrita por el dramaturgo español Antonio García Gutiérrez, y que describía un peligroso triángulo afectivo en tiempos de guerra. Verdi tenía la intuición de que ahí estaban todos los ingredientes para una gran ópera, sobre todo un amplio espectro de pasiones desbordadas. Básicamente, la historia de Il trovatore es la del desprecio que se profesan dos hombres, el Conde de Luna y Manrico, que rivalizan por el amor de la misma mujer, la dama Leonora. Lo que ninguno de los dos sabe es que son hermanos separados al nacer después de que una hechicera raptara al pequeño, que creció como Manrico en un campamento criado por la gitana Azucena sin conocer su pasado. Desde entonces, Luna y Manrico han vivido en familias distintas, enfrentadas, y la rivalidad por Leonora es la gota que colma el vaso: su odio es infinito.

A lo largo de la ópera vemos cómo la situación se complica a medida que pasan los actos: los hombres se baten en duelo, Leonora da por muerto a Manrico y decide ingresar como monja en un convento, Manrico reaparece y la rapta antes de que dé el paso, y mientras tanto el Conde Luna apresa a la gitana Azucena, a quien acusa de haber raptado a su hermano cuando era un bebé, y la condena a morir en la hoguera al saber que es la madre de Manrico. Al final, como ocurre en todas las óperas trágicas, la muerte se esparce por todo el escenario: este es uno de los títulos más turbulentos y sangrientos de Verdi, y desde el principio el público aplaudió la propuesta. Los años de esclavitud quedaban, para siempre, en el pasado. Y es que el triunfo de Verdi iba más allá: su música era cada vez más memorable, su lírica cada vez más dulce, y además avanzaba en su objetivo: conseguir la plena integración del drama moderno y la gran música en un nuevo arte. Lo consiguió al año siguiente con La traviata, una obra que fracasó en su estreno, pero que selló el destino de Verdi como el nuevo dios de la ópera italiana.